Un mito muy extendido y repetido como mantra propagandístico por agentes comunistas hasta hoy es que la revolución bolchevique, la primera instalación del comunismo implicó una mejora en las condiciones de los ciudadanos rusos «oprimidos» por la monarquía.
Estas falacias es de especial importancia comprenderlas en este momento en que el comunismo, y su herencia intelectual neomarxista, animan la mayor concentración de poder a nivel global de la historia.
Primero que nada es fundamental recordar que la revolución bolchevique no depuso a la monarquía zarista sino a un gobierno democrático burgo-liberal que se había instalado luego de la deposición de los zares. Como en muchos otros casos, esta confusión surge debido a un esfuerzo de rescritura de la historia, que parece estar orientado a reclutar la simpatía de quienes portan valores liberales y democráticos.
Segundo, lejos del retrato falaz que se hace de la rusia zarista de principios de siglo, para el que parecen tomarse prestados todos los prejuicios relativos a las sociedades cristianas del medioevo y transportarlos al siglo XX, la sociedad rusa era una sociedad ilustrada, en pleno desarrollo cultural y en proceso de desarrollarse industrialmente a niveles europeos.
El secuestro estatal de las propiedades del ciudadano común y corriente, protagonizado por los comunistas robó (para no utilizar el eufemismo de la «expropiación») sus tierras, tanto a grandes como a pequeños propietarios. Muchos de estos fueron además deportados por el gobierno comunista a los páramos inóspitos de la siberia. Este exitoso programa (para los miembros del partido) redujo a la población rusa en general a una condición generalizada de servidumbre y semiesclavitud dentro de «granjas colectivas»administradas por el partido. Esta atrocidad se continúa denominando eufemísticamente «reforma agraria» hasta hoy, en entornos universitarios públicos, y cínicamente calificada como una política que «promueve la igualdad».
Si bien muchos viven en la ignorancia al respecto, esto naturalmente no es nuevo. Lo novedoso y lo llamativo es el paralelo entre este proceso de concentración «revolucionaria» del capital por los bolcheviques, y la concentración de capital que se ha logrado con la «pandemia» y el «Gran reseteo» que la origina. El cierre masivo de pequeñas empresas que facilitó la concentración de sus negocios en unas pocas corporaciones globales, fue precipitado por mandatos gubernamentales, en este caso, también globales establecidos en acuerdo con las mismas corporaciones que se han beneficiado de ellas.
En ambas revoluciones, la suspensión defacto de los derechos individuales y su sustitución por el deber de obedecer a la autoridad facilitó una concentración de capital y poder político que no podría haberse realizado sin el uso coercitivo de aparatos burocráticos estatales en el caso de la URSS, y supra-estatales en el caso de la pandemia.
Cabe recordar en este momento, que el objetivo del comunismo siempre fue el de una «revolución global», lo que implica el establecimiento de un gobierno planetario. Por este motivo, no fue sino al fracasar en la guerra civil española, que Stalin describiría su modelo de socialismo como «Socialismo en UN País» en oposición al socialismo global, que sería el socialismo total, en estado puro.
Quizás las evidentes contradicciones, idas y venidas, dimes y diretes, mentiras descaradas y dislates ridículos de las que hemos sido testigos en los últimos años, no necesiten ninguna «teoría conspirativa» para explicarse, y sean sencillamente los intentos de lograr la conformidad del público en general con el proceso de establecimiento de este gobierno planetario y en definitiva del «socialismo global», donde «No tendrás nada pero serás felíz».